¡Ay, ay! ¿Qué haré? ¿Qué haré?»
Tal pregunta no tenía otra respuesta
que la que la vida da
a todas las preguntas irresolubles:
vivir al día y procurar olvidar.
Ana Karenina
L. Tolstoi
Vimos los huesos de Otranto
Y esa magia que embargados,
Como a dos palmos
Del suelo levitando nos llevaba,
(Ni recuerdo queda del antiguo mosaico)
Se murió con la sajadura el impacto.
Y tan callados, tú, Seve, te acordaste de tu hermana
Que murió sola y sin dar calor ni espanto.
Y a mí me evocó la tarde aquélla memorable en Ortigia
Cuando nos interrumpió aquel señor de Bolzano
Tan amable, tan galán y tan herido en el alma
Por la cruel muerte de su hijo amado.
Como esa mezcolanza agridulce que siente el romano
Cuando mira los cielos de cientos de aves en danza
Antes de que llegue el ocaso,
-Picos de iglesias, torres y espadañas
Rasgando el batido estaño
Del inmensurable cielo de Roma-
Así quedó el último viaje a Italia desmayado:
Ni el cielo, ni el mar, ni los versos de los poetas clásicos
Nos sacaron del ensimismamiento desabrido
De los muertos que con nosotros arrastramos.